Nació en una familia tan humilde que dormía en camas de paja hechas por su padre. Vivió bajo techos que se caían, diciendo en broma a su hijo que llovía más adentro que afuera. Pero con sus ahorros de empleada doméstica volvió su casa una maravilla de la arquitectura mundial.
Mejor conocida como doña Dalva, esta mujer de 74 años ha trabajado para diferentes familias desde que se mudó en 1965 al estado más rico y populoso del país, en la región sureste.
Con bloques de concreto, piso de cemento, dos plantas y grandes ventanales, la casa será presentada en la Bienal de Arquitectura de Venecia, uno de los eventos internacionales más importantes en este arte.
Además fue escogida como la mejor casa del año por la plataforma digital especializada Archdaily y premiada el mes pasado por la Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo.
“Nunca imaginamos esta repercusión”, dice Danilo Terra, socio del estudio de arquitectura Terra e Tuma, que realizó el proyecto. “Esta casa nunca la tratamos como algo especial”.
El estudio de arquitectura brasileño Terra e Tuma se encargó de construir la nueva casa de Dalvina Borges. La historia comenzó en 2011, cuando un hombre preguntó a Terra sobre la posibilidad de reformar la casa de su madre. Era Marcelo Borges, hijo de doña Dalva.
Borges nació en São Paulo hace 42 años, y de pequeño vivió con su madre en la casa de la familia para la cual ella trabajaba como empleada, algo habitual en los hogares de clase media y alta de Brasil.
Borges no tuvo hermanos y a su padre nunca lo conoció. “La historia que mi madre cuenta es que cuando descubrió que estaba embarazada se lo dijo a mi padre, que no quiso asumir esa paternidad”, señala. “Sugirió que mi madre abortara, ella dijo que no y cada uno se fue por su lado”.
A medida que el hijo de doña Dalva crecía, se volvió cada vez más difícil para ambos vivir en el mismo lugar donde ella trabajaba. Primero se mudaron al domicilio de unos familiares y después a una casa vieja en Vila Matilde, que compraron con ahorros.
La casa estaba en un terreno pequeño y rectangular, de 4,8 metros de ancho por 25 metros de profundidad, y para ella parecía un sueño hecho realidad. Pero pronto descubrieron que la construcción estaba en peor estado de lo que les habían dicho. Tenía fisuras, una humedad que hacía crecer moho hasta en los muebles, y un techo por donde filtraba el agua.
Fue entonces cuando Borges consultó al arquitecto Terra, a quien conoció a través de una amiga de su exesposa. El proyecto resolvieron ejecutarlo a comienzos de 2014, tras constatar que la casa se derrumbaba. “Mi madre llegó un día de trabajar y se cayó el techo del cuarto cuando se estaba bañando”, relata Borges, que estudió derecho sin concluir la carrera. “Fue la gota que rebalso el vaso”.
Los arquitectos concluyeron que había que demoler la casa antigua para construir una nueva en su lugar. El costo: 150 mil reales, que hoy equivalen a unos US$42 mil. Doña Dalva pagó dos tercios de la obra, poniendo hasta el último de los pesos que tenía guardados.
El resto lo completó su hijo, con lo ahorrado trabajando como mensajero de una empresa en tiempos en que la economía y el consumo crecían a buen ritmo en el país. “Hubo un boom en Brasil de personas comprando autos, teléfonos, aparatos electrónicos”, dice Borges. “Nosotros no. (El ahorro) fue una cosa constante a lo largo de la vida”.
Terra señala que hubo varios desafíos: construir rápido mientras doña Dalva alquilaba una vivienda transitoria, demoler cuidando las casas colindantes apoyadas sobre muros divisorios (un vecino enfurecido llegó a invadir y romper parte de la obra) y construir a bajo costo, por ejemplo con bloques al descubierto.
También hubo que atender gustos y hábitos personales, como el amor de doña Dalva por las plantas o el hecho de que pase buena parte de su tiempo en la cocina. El resultado fue una planta baja con una sala-comedor en la parte frontal, que conecta por un corredor con la cocina y área de servicio de grandes ventanales, que a su vez dan a un amplio jardín central.
Hay un dormitorio al fondo donde duerme doña Dalva y otro en el piso de encima donde duerme su hijo, que ahora trabaja en una empresa gráfica. En la parte superior también hay una terraza con plantas y piedrin.
Una de las razones por las que la casa ha recibido tantos reconocimientos es precisamente porque presenta soluciones simples, económicas y estéticas para gente de recursos muy limitados. Tanto doña Dalva como su hijo aseguran que se han habituado al aspecto moderno de la casa.
“Me gustó”, señala doña Dalva. “La única cosa es el piso, porque es de cemento quemado y así da la impresión que está sucio”.
Piensa en cambiarlo, pero primero tendrá que volver a ahorrar. A su edad continúa trabajando porque la jubilación no le alcanza para vivir.
Descubrió que una familia para la cual trabajó 30 años evitó realizar los aportes correspondiente a su seguridad social. Y recientemente perdió otro empleo, en medio de la brutal crisis económica que vive Brasil. También tiene que comprar muebles (los que se ven en las fotos pertenecen a los arquitectos), ya que los que tenía los tiraron o donaron por su mal estado.
“Otros 50 años y lo consigo”, ironiza doña Dalva. “La fama sin dinero es aburrida”.